El debate sobre el debate presidencial del lunes dominó las últimas 24 horas. Todos los medios y observadores evaluaron el estilo y contenido de uno de los espectáculos políticos más vistos en la historia del país (unos 84 millones de espectadores), y el consenso es que la aspirante demócrata Hillary Clinton triunfó sobre su contrincante republicano Donald Trump.
Aunque los expertos y comentaristas ya dieron sus opiniones desde que concluyeron los 95 minutos del combate verbal, no se sabrá el veredicto del electorado por unos días más, hasta que se realicen y analicen las próximas encuestas.
Fue una batalla entre la abogada y el vendedor, y durante la mayor parte del primer debate de los candidatos a la presidencia de Estados Unidos, la abogada salió victoriosa.
Quizás es difícil recordarlo, pero antes de que Clinton fuera secretaria de Estado, o senadora, o primera dama, era abogada. Y a todas luces, una abogada talentosa.
Y después de todos estos años, Clinton sigue haciendo campaña como abogada. Meticulosa, cuidadosa, controlada. Pero lo que funciona en un tribunal, con sus regulaciones y costumbres, a menudo no tiene lugar en los despreocupados debates políticos.
Trump, por otra parte, es el vendedor consumado. Las reglas, la tradición, e incluso la verdad, sólo son relevantes cuando éstas ayudan a cerrar el trato.
La debilidad de este enfoque es la percepción de que el vendedor es sólo palabras y no tiene sustancia, un problema que puede exacerbarse en 90 minutos bajo las luces de un debate.
Al final, los preparativos de la abogacía rindieron resultados para Clinton, ya que fue ella la que controló la noche con precisión pericial.
Aunque Trump tenía una estrategia -y la persiguió en ocasiones- la exsecretaria de Estado a menudo lo desvió de su ruta y se vio destruido por su propio desempeño, a veces importuno.
Hillary Clinton se vio ocasionalmente propensa a mostrarse como sabelotodo, en particular en sus repetidas apelaciones a los verificadores de información externos. Pero en general mantuvo la delantera.
ras un tira y afloja en los planes económicos, el debate se centró en una serie específica de declaraciones de impuestos, las de Trump, y en por qué él no ha seguido el antiguo y tradicional precedente de los candidatos a la presidencia de presentar sus declaraciones.
Después de que el candidato republicano repitió su vieja y, ahora desacreditada, excusa de que no puede presentarlos mientras está siendo sometido a una auditoría del Servicio de Impuestos Internos (IRS) (que por cierto, según él, lo ha estado auditando durante 15 años), Clinton embistió el ataque.
El argumento clave de Clinton: «Creo que probablemente él no tiene ningún entusiasmo por que el resto de nuestro país vea cuáles son las verdaderas razones, porque debe haber algo realmente importante, hasta terrible, que está tratando de ocultar».
Al final concluimos que la abogada hizo la tarea